Queridos hermanos y hermanas, hoy nos reunimos para reflexionar sobre la magnífica verdad que se revela en las Escrituras, específicamente en los versículos de Génesis 1:26 y Génesis 2:8-9. Estos pasajes nos llevan a contemplar la profundidad de nuestra relación con nuestro Creador y el propósito sublime que Él nos ha otorgado desde el principio de los tiempos.
En Génesis 1:26, leemos: “Y dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra”. Estas palabras nos revelan que fuimos creados a imagen y semejanza de Dios mismo. ¡Qué asombroso privilegio y responsabilidad!
Imaginen, hermanos, cómo sería vivir cada día recordando que llevamos la impronta divina en nuestras vidas. Cada interacción, cada decisión, cada pensamiento reflejando la luz y el amor de nuestro Creador. Esta es nuestra llamada: ser embajadores de la gracia, la verdad y la bondad en un mundo que tanto lo necesita.
Pero, ¿Dónde se desarrolla esta relación entre el Creador y su creación? Nos encontramos con la respuesta en Génesis 2:8-9: “Y Jehová Dios plantó un huerto en Edén, al oriente; y puso allí al hombre que había formado. Y Jehová Dios hizo nacer de la tierra todo árbol delicioso a la vista, y bueno para comer; también el árbol de vida en medio del huerto, y el árbol de la ciencia del bien y del mal”. El Jardín del Edén no solo era un lugar físico, sino también un símbolo de comunión íntima con nuestro Creador.
Hermanos, así como Adán y Eva fueron llamados a cuidar y cultivar el Edén, nosotros también estamos llamados a cultivar nuestras relaciones con Dios y con nuestros semejantes. El Jardín de la Vida es el corazón mismo de nuestra existencia, donde encontramos la plenitud y el propósito en comunión con Aquel que nos formó.
Que cada paso que demos en este jardín de la vida sea guiado por el amor, la sabiduría y la gracia de Dios. Que nuestras vidas reflejen la imagen del Dios vivo y que nuestro andar sea un testimonio vivo de Su amor redentor.