Autoridad en el nivel de Jesús
A veces pensamos que la autoridad viene de ocupar un puesto importante o tener ciertas habilidades. Sin embargo, cuando miramos la vida de Jesús, nos damos cuenta de que su autoridad va mucho más allá de lo que el mundo entiende por “poder”. En el Antiguo Testamento, Naamán, un comandante muy respetado, se dio cuenta de que todo su prestigio no podía librarlo de su enfermedad. Cuando obedeció el mandato del profeta Eliseo y se sumergió en el Jordán, la mano de Dios lo sanó. Esto nos recuerda que, al final, dependemos del poder y favor de Dios que trasciende nuestros logros. En el caso del centurión romano que se acercó a Jesús pidiendo la sanidad de su siervo, basta una sola palabra de Cristo para obrar un milagro. La fe y la humildad de aquel oficial romano muestran que reconocer la autoridad de Jesús implica creer que Él puede cambiar cualquier situación, sin necesidad de grandes demostraciones de fuerza. La Biblia también enseña que toda autoridad humana, en última instancia, proviene de Dios. Esto nos anima a orar por quienes gobiernan, en lugar de amargarnos por sus decisiones. Confiar en que el Señor está por encima de todo gobierno nos da paz, incluso cuando las circunstancias parecen confusas. Al mirar a Jesús ante Pilato y los soldados romanos, podría parecer que perdió el control. Pero Él mismo deja claro que, si sufría, era por obediencia al Padre, no porque su poder se hubiera desvanecido. Esto nos demuestra que la verdadera autoridad a veces se expresa con mansedumbre y sacrificio. Reconocer la autoridad de Jesús significa rendirle el control de nuestra vida. Tal vez tengamos grandes desafíos o nos sintamos sin fuerzas. Pero recordar que Jesús sigue siendo el Rey de reyes, incluso cuando el mundo dice lo contrario, nos llena de esperanza. Su autoridad es inmutable: está presente en cada una de nuestras batallas y, al mismo tiempo, nos invita a descansar en Su gracia y Su amor.