Vivir en Cristo no es solo una experiencia espiritual, sino una transformación que se refleja en nuestro diario caminar. Romanos 8:10-28 nos recuerda que, aunque nuestro cuerpo esté limitado por la fragilidad humana, el Espíritu de Dios nos da vida y nos guía hacia la verdadera libertad. Esta presencia divina nos asegura que todas las cosas cooperan para nuestro bien, incluso en medio de pruebas y desafíos.
Filipenses 3 nos llama a fijar nuestra mirada en lo que verdaderamente importa: nuestra meta en Cristo. No es acumular logros terrenales, sino perseguir una vida conforme al llamado que Dios nos ha dado, avanzando hacia la madurez espiritual y dejando atrás lo que nos detiene.
Una vida en Cristo deja evidencias: paz en medio de la tormenta, amor que trasciende circunstancias, y una esperanza firme que no se apaga. Reflexionemos hoy: ¿estamos permitiendo que nuestra fe se vea reflejada en nuestras acciones, decisiones y palabras? Porque el mundo necesita ver que seguir a Jesús no es solo un sentimiento, sino un testimonio vivo de Su gracia.