Sermon'e

en June 9, 2024 — por .
Este contenido es parte de una serie Celebrando la gracia, in tema El cuerpo & libros 1 Corintios, Génesis, Romanos.

La condición del hombre

  Hoy en nuestro servicio celebrando la gracia hablamos sobre un tema que toca profundamente nuestras vidas: la condición del hombre. Para ello, tomaremos como base Romanos 5:12, donde Pablo nos explica cómo el pecado y la muerte entraron en el mundo a través de un hombre, Adán, afectándonos a todos. Pero antes de explorar las consecuencias de este acto, es importante recordar cómo comenzó nuestra historia. Dios nos creó a su imagen y semejanza, como se describe en Génesis 1:27. Esto significa que cada uno de nosotros tiene un valor y una dignidad únicos, reflejando atributos  como la racionalidad, la moralidad y la capacidad de amar. Fuimos creados para vivir en una relación íntima con nuestro Creador y para gobernar la creación como Sus representantes. Este propósito original nos da una identidad profunda y un sentido de pertenencia. Sin embargo, la historia no se detiene ahí. La desobediencia de Adán, al comer del fruto prohibido, introdujo el pecado en el mundo, según Romanos 5:12. Este acto de desobediencia tuvo consecuencias devastadoras: la muerte, tanto física como espiritual, se convirtió en una realidad para todos nosotros. La separación de Dios es la mayor tragedia que podemos experimentar, ya que fuimos diseñados para estar en comunión con Él. Pero la historia de la humanidad no termina con la caída. Dios, en Su amor infinito, nos ofrece una oportunidad de redención a través de Jesucristo. En 1 Corintios 11:17-34, encontramos la institución de la Cena del Señor, un recordatorio constante del sacrificio de Cristo que nos libera del poder del pecado y la muerte. Jesús es el segundo Adán, quien trae vida y reconciliación con Dios. En la comunidad de creyentes, vivimos esta nueva naturaleza, compartiendo el pan y el vino como símbolos de nuestra redención y nueva vida en Cristo. La luz de Dios es esencial para nuestra vida, como nos recuerda 1 Juan 1:5: “Dios es luz, y en Él no hay ninguna tiniebla”. Vivir en la luz de Dios implica reconocer nuestras propias tinieblas y necesidad de redención. Al confesar nuestros pecados, Dios es fiel y justo para perdonarnos y limpiarnos de toda maldad. Este proceso de confesión y purificación nos llama a una vida de arrepentimiento continuo y búsqueda de la santidad. Finalmente, en Hebreos 4:16, se nos invita a acercarnos confiadamente al trono de la gracia para alcanzar misericordia y hallar gracia en el momento que lo necesitamos. A través de Cristo, tenemos acceso directo a Dios, quien nos ofrece Su ayuda en nuestras luchas y desafíos diarios. No estamos solos; Su gracia es suficiente para sostenernos y transformarnos. La condición del hombre, aunque marcada por el pecado, encuentra esperanza y redención en Cristo. Fuimos creados a imagen de Dios, caímos, pero en Cristo tenemos una nueva naturaleza y una relación restaurada con nuestro Creador. Que vivamos en la luz de Su gracia, buscando Su santidad y acercándonos confiadamente a Su trono. Que nuestras vidas reflejen la transformación que solo Dios puede lograr en nosotros.  

en March 3, 2024 — por .
Este contenido es parte de una serie Celebrando la gracia, in tema El cuerpo & libro Mateo.

La tierra es mi corazón

Hoy nos reunimos para reflexionar sobre la parábola de la semilla y los diferentes tipos de tierra en los que cae. En Mateo 13:1-23, Jesús nos enseña que la semilla del Evangelio puede caer en distintos tipos de corazones, representados por diferentes tipos de tierra. Vamos a explorar qué significa esto para nosotros hoy. La tierra seca cae la semilla y las aves se las comieron. La tierra pedregosa: Hay corazones duros, como la tierra pedregosa, que no permiten que la semilla del Evangelio eche raíces. Estos corazones están llenos de obstáculos que impiden que la Palabra de Dios penetre y dé fruto. Necesitamos examinar nuestros corazones y eliminar cualquier obstáculo que impida el crecimiento espiritual. La tierra espinosa: Otros corazones están llenos de preocupaciones mundanas y el engaño de las riquezas. Estos afanes de la vida sofocan la Palabra, impidiendo su desarrollo y fructificación. Debemos desenredarnos de las preocupaciones mundanas y enfocarnos en lo eterno. La tierra buena: Por otro lado, hay corazones receptivos y dispuestos, como la tierra buena, que permiten que la semilla del Evangelio crezca y dé fruto en abundancia. Estos corazones son humildes, dóciles y abiertos a la Palabra de Dios. Necesitamos cultivar activamente este tipo de corazón, mediante la oración, el estudio de la Palabra y la comunión con Dios. En Isaías 6:9-10, vemos que hay quienes no están dispuestos a entender los misterios del reino de los cielos. Sin embargo, en Lucas 10:23-24, Jesús nos recuerda que somos privilegiados de tener la revelación del Hijo de Dios y su gracia. Por lo tanto, es nuestro deber asegurarnos de que nuestra tierra, nuestro corazón, esté siempre listo para recibir la semilla del Hijo de Dios y su gracia. Por lo tanto, es nuestro deber asegurarnos de que nuestra tierra, nuestro corazón, esté siempre listo para recibir la semilla del Evangelio y dar fruto para la gloria de Dios. Que podamos ser como la tierra buena, receptiva y fértil, donde la Palabra de Dios crezca y dé fruto en abundancia. Amen.