Sermon'e

en September 7, 2025 — por .
Este contenido es parte de una serie Celebrando la gracia, in tema El propósito de nuestra vida & libros Filipenses, Romanos.

Evidencias de una vida en Cristo

El apóstol Pablo enseña que cuando Cristo vive en nosotros, nuestra vida no puede ser la misma. En Romanos 8:10-28 vemos que la evidencia principal es la presencia del Espíritu Santo, que nos da vida aun cuando nuestro cuerpo es débil. Esa vida en el Espíritu se manifiesta en varias señales: En Filipenses 3, Pablo añade otra evidencia: una vida centrada en Cristo. No se trata de gloriarse en logros humanos o en la justicia propia, sino en conocer a Cristo y ser hallados en Él. El creyente auténtico se caracteriza por: En conclusión, las evidencias de una vida en Cristo no son meras palabras, sino una transformación visible: seguridad de hijos, esperanza en medio de pruebas, y un caminar constante hacia la meta, reflejando que Cristo es nuestro todo.

en August 31, 2025 — por .
Este contenido es parte de una serie Culto de adoración, in tema El llamado de Dios en nuestras vidas & libros 1 Corintios, 1 Samuel, Juan, Lucas, Proverbios, Romanos, Salmos.

La buena, agradable y perfecta voluntad de Dios

La Biblia nos enseña en Romanos 12:2 que la voluntad de Dios no es pesada ni injusta, sino buena, agradable y perfecta. El problema surge cuando el ser humano insiste en imponer su propio camino en lugar de confiar en el plan divino. El rey Saúl es un ejemplo de lo que ocurre cuando nos adelantamos a Dios. En 1 Samuel 13, por su impaciencia ofreció sacrificio en lugar de esperar a Samuel, y esa desobediencia le costó el favor del Señor. Muchas veces, como Saúl, pensamos que estamos tomando la mejor decisión, pero la Palabra nos recuerda: “Hay camino que al hombre le parece derecho, pero su fin es camino de muerte” (Proverbios 14:12). En contraste, David nos muestra lo que significa rendirse a la voluntad de Dios. A pesar de ser el olvidado de su familia, fue escogido por el Señor (1 Samuel 16). David aprendió en lo secreto, cuidando ovejas, lo que necesitaría para enfrentar a Goliat (1 Samuel 17). Lo que para el hombre parecía insignificante, para Dios era preparación. Como dice 1 Corintios 1:27, “Dios escogió lo débil para avergonzar a lo fuerte”. La voluntad de Dios siempre es mejor que la nuestra. 1 Corintios 2:9 declara que lo que Dios tiene preparado va mucho más allá de lo que podemos imaginar. Y esa voluntad tiene un centro claro: que nadie se pierda, sino que todos tengan vida eterna (Juan 6:37-40; Juan 3:17). No se trata de condenación, sino de salvación. Ahora bien, aceptar la voluntad de Dios no siempre es fácil. Jesús mismo en Getsemaní nos dio el ejemplo: “Padre, no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:41-44). La voluntad del Padre incluía la cruz, pero también la resurrección. Lo que parecía derrota, se convirtió en la mayor victoria. En conclusión, Saúl se adelantó y perdió; David esperó y fue exaltado; y Jesús se rindió y nos dio salvación. La voluntad de Dios puede que no siempre la entendamos en el momento, pero siempre será buena, agradable y perfecta. Cuando confiamos en ella, descubrimos que lo que hoy duele mañana será testimonio de victoria.

en August 31, 2025 — por .
Este contenido es parte de una serie Culto de adoración, in tema Guerra Espiritual & libros 1 Tesalonicenses, 2 Timoteo, Hebreos, Jeremías, Juan, Romanos.

Caso perdido

Todos hemos enfrentado situaciones donde parece que ya no hay nada que hacer. Una enfermedad sin cura, un matrimonio en ruinas, un hijo rebelde, un ministerio estancado, un sueño roto. La gente dice: “Ese caso ya está perdido”. Pero la Biblia nos enseña algo poderoso: ¡para Dios no existen casos perdidos! Donde el hombre pone un punto final, Cristo escribe una nueva historia. I. CUANDO EL HACHA CAE AL AGUA (2 Reyes 6:1-7) Los hijos de los profetas estaban trabajando, sirviendo, esforzándose… hasta que de pronto: el hacha, la herramienta del trabajo, cayó en el río. A los ojos humanos: “ya está perdido”.¿Quién va a sacar un hierro del fondo de un río? Pero aparece el profeta Eliseo: corta un palo, lo echa en el agua… ¡y el hierro flota! II. CUANDO LÁZARO YA LLEVA 4 DÍAS MUERTO (Juan 11:1; 11:4; 11:17-27) Jesús recibe la noticia: “Lázaro está enfermo”.Pero dice: “Esta enfermedad no es para muerte, sino para la gloria de Dios” (v.4). Cuando Jesús llega, ya es tarde humanamente: ¡4 días en la tumba!Marta dice: “Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto”.Jesús responde: “Yo soy la resurrección y la vida”. Para los hombres: caso perdido.Para Cristo: oportunidad para manifestar Su gloria. III. LA PALABRA DE DIOS LEVANTA LO MUERTO IV. EL ESPÍRITU NOS AYUDA EN LA DEBILIDAD V. EL QUE CONFÍA EN DIOS NUNCA ES UN CASO PERDIDO Aunque la sequía llegue, aunque el diagnóstico sea negativo, aunque el fracaso toque la puerta… si confías en Dios, ¡tu vida no es un caso perdido!

en July 6, 2025 — por .
Este contenido es parte de una serie Culto de adoración, in tema Jesús el Cristo & libros 1 Corintios, Colosenses, Hechos de los apóstoles, Juan, Lucas, Mateo, Romanos.

Cristo sigue vive y sigue obrando

Como cristianos, muchas veces podemos hablar de Jesús con facilidad: sabemos que es el Hijo de Dios, que sanó enfermos, que multiplicó los panes y los peces, que predicó el Reino y trajo esperanza. Podemos recitar sus milagros, sus palabras, sus parábolas… pero la gran pregunta que quiero dejarte hoy es esta: ¿qué tanto sabes de Jesús… y qué tanto realmente lo conoces? Porque saber de alguien y conocerlo personalmente son dos cosas totalmente distintas. Podemos decir con certeza que Jesús transformó nuestras vidas, que nos levantó cuando nadie más lo hizo, que nos dio paz, gozo, propósito, dirección y vida. Cada uno de nosotros ha tenido un encuentro diferente con Él, según la necesidad en la que estábamos. Algunos lo conocieron como su sanador, otros como su libertador, otros como su consolador, y muchos como su Salvador. Y es que así es Jesús: se nos revela en el momento exacto, en el área donde más lo necesitamos. Según cómo lo hayamos conocido, así es también como lo compartimos y lo describimos a otros. La Biblia nos enseña que ni siquiera la eternidad será suficiente para conocer por completo a Jesús, tal es la grandeza de su gloria. Y lo más poderoso es que no fue que tú o yo lo encontramos a Él, sino que Él salió a nuestro encuentro. Él nos buscó, nos llamó por nuestro nombre y nos ofreció vida, y vida en abundancia. Jesús no solo hizo maravillas en la tierra durante su ministerio, sino que hoy sigue obrando con poder. Dígale a dos o tres personas: “¡Cristo sigue obrando!”. Él no ha cambiado, sigue siendo el mismo. En Hechos 2 leemos que Jesús de Nazaret fue varón aprobado por Dios, un hombre influyente que anduvo en obediencia, haciendo la voluntad del Padre. Y no solo vino a enseñarnos, vino a entregarse por nosotros. Colosenses 2:14 dice: “Anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz.” Esa fue su muestra más grande de amor: entregar su vida para reconciliarnos con el Padre. Su muerte fue un antes y un después en la historia de la humanidad. Pero lo más impactante es que su muerte no fue el final. ¡Después de la cruz, vino la resurrección! La resurrección de Cristo es el fundamento de nuestra fe. Es el hecho más importante de la historia humana. Es lo que diferencia al cristianismo de cualquier otra creencia o religión. Como dice una canción: la tumba de Mahoma está ocupada, la tumba de Alá también; pero la tumba de Jesús está vacía. ¿Y por qué es tan vital que Jesús resucitara? Porque Él mismo lo prometió (Mateo 16:21), porque Él es la resurrección y la vida (Juan 11:25–26), porque su resurrección demuestra que es Dios (Romanos 1:4), que venció la muerte (Romanos 6:8–9), y porque en su resurrección se transforma nuestra naturaleza caída (1 Corintios 15:50–55). Hechos 1:1–3 nos habla de que Jesús, antes de ascender, dio muchas pruebas indubitables de que estaba vivo. ¿Qué son pruebas indubitables? Son evidencias irrefutables. La Biblia menciona varias apariciones: a María Magdalena, a los discípulos, a los dos en el camino a Emaús, a Pedro, a más de 500 personas, y a los doce en la ascensión. La tumba vacía (Mateo 28:1) y las marcas de la cruz (Juan 20:25–28) también son prueba de ello. Cuando algo está vivo, deja evidencia. Y Cristo dejó evidencias poderosas. Un ejemplo claro es el de Saulo, quien tras un encuentro con Jesús se convirtió en Pablo. Su vida fue transformada completamente. Ya no vivía él, sino Cristo en él. Dio frutos, predicó, sufrió, se entregó, amó y vivió para Cristo. ¿Cuántas pruebas más necesita el mundo para entender que Jesús no solo vivió, sino que vive? Jesús dijo: “Yo soy el pan de vida” (Juan 6:25–40). Él es nuestro alimento eterno. Quien va a Él y cree en Él tiene vida. Quien se alimenta de Cristo no muere, sino que pasa de muerte a vida. En nosotros nace la esperanza de que Él volverá. Hechos 1:11 nos recuerda que así como ascendió, así también regresará. Y eso es lo que nos llena de esperanza: que un día estaremos con Él por la eternidad. El mundo te quiere hacer creer que solo nacemos, nos reproducimos y morimos. Pero Cristo te dice: “Antes de formarte en el vientre, te conocí, te di identidad, propósito y destino”. Él está preparando moradas para nosotros. Por eso, no te aferres a lo temporal. Aférrate a lo eterno. Busca primero el Reino de Dios y su justicia, y lo eterno será tu recompensa. Sí, hay muchas carencias en este mundo, pero hay una esperanza que lo llena todo: Cristo. Él venció la muerte, y volverá por su iglesia. Así como dice la canción: “La muerte venciste, el velo partiste”, y hoy esa victoria es también tuya y mía.

en April 20, 2025 — por .

Jesús, el Cordero Pascual

Cuando Juan el Bautista vio a Jesús acercarse, dijo algo que marcó un antes y un después en la historia de la fe: “He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29). No fue una frase religiosa más, ni una metáfora poética. Juan estaba identificando a Jesús con el Cordero pascual, aquel que cada año era sacrificado por los pecados del pueblo, pero que en realidad apuntaba a una obra mucho más grande. Jesús no solo vino a cargar con nuestros pecados, vino a quitar el pecado del mundo. A quitarlo. A erradicarlo. A hacer algo que ningún sacrificio anterior pudo lograr. Y es que la Pascua, para los israelitas, no era solo una cena conmemorativa. Era un acto de redención, un momento en que la sangre de un cordero los cubría del juicio. En Éxodo 12:23, vemos cómo Dios mismo pasaría hiriendo a los egipcios, pero al ver la sangre en los dinteles de las puertas, pasaría de largo. La sangre era señal de protección, de sustitución. Así, cuando Pablo escribe a los corintios y les dice: “Cristo, nuestra Pascua, ya fue sacrificado por nosotros” (1 Corintios 5:7), nos está recordando que esa sangre que nos cubre hoy, que nos libra del juicio, es la sangre de Jesús. Pero no se trata solo de recordar el sacrificio. Se trata de entender lo que ese sacrificio logró. Todos hemos pecado, dice Romanos 3:23, todos estamos destituidos de la gloria de Dios. Nadie queda fuera de esa condición. Sin embargo, continúa diciendo el texto que somos justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús. Y no fue una justicia barata ni una gracia ligera. Fue costosa. Jesús fue puesto como propiciación por su sangre, por medio de la fe (Romanos 3:25). Él llevó la culpa que era nuestra. Él pagó el precio. Ahora, hay algo que me conmueve profundamente: Jesús no solo murió. Jesús resucitó. Y eso lo cambia todo. Porque si Él se hubiese quedado en la tumba, entonces nuestra fe sería en vano. Pero 1 Corintios 15:20-25 nos muestra a Cristo como las primicias de los que durmieron. El primero en vencer la muerte, abriendo el camino para que tú y yo tengamos esperanza. Porque si Él vive, nosotros también viviremos. Él ha de reinar, hasta poner a todos sus enemigos debajo de sus pies. Y el último enemigo que será destruido es la muerte. Eso nos llena de esperanza. Jesús dijo: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá; y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente” (Juan 11:25-26). Y luego hace una pregunta que resuena hasta hoy: ¿Crees esto? No es solo un asunto teológico. Es personal. ¿Lo creemos de verdad? ¿Vivimos como si esa vida eterna ya nos perteneciera? ¿Como si la muerte ya no tuviera la última palabra? A veces seguimos viviendo como si estuviéramos bajo condenación, como si el pecado aún nos dominara. Pero Gálatas nos recuerda que Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (Gálatas 3:13). Él tomó nuestro lugar, nuestra cruz, nuestro castigo. Y ahora, en Él, somos verdaderamente libres. No para volver a vivir como antes, sino para vivir en el Espíritu, como hijos redimidos, como personas nuevas. Así que hoy, al mirar nuevamente a Jesús como el Cordero Pascual, recordemos que no solo nos salvó del juicio. Nos dio vida. Nos dio identidad. Nos dio un futuro. No se trata de una historia antigua, ni de un símbolo religioso. Se trata de una realidad eterna que transforma cada rincón de nuestra existencia. Jesús es el Cordero. Fue inmolado. Su sangre fue derramada. Pero vive. Y reina. Y pronto volverá. ¿Crees esto?

en March 5, 2025 — por .
Este contenido es parte de una serie Fuertes en la Palabra, in tema AUTORIDAD EN EL NIVEL DE JESÚS & libros 2 Reyes, Juan, Mateo, Romanos.

Autoridad en el nivel de Jesús

A veces pensamos que la autoridad viene de ocupar un puesto importante o tener ciertas habilidades. Sin embargo, cuando miramos la vida de Jesús, nos damos cuenta de que su autoridad va mucho más allá de lo que el mundo entiende por “poder”. En el Antiguo Testamento, Naamán, un comandante muy respetado, se dio cuenta de que todo su prestigio no podía librarlo de su enfermedad. Cuando obedeció el mandato del profeta Eliseo y se sumergió en el Jordán, la mano de Dios lo sanó. Esto nos recuerda que, al final, dependemos del poder y favor de Dios que trasciende nuestros logros. En el caso del centurión romano que se acercó a Jesús pidiendo la sanidad de su siervo, basta una sola palabra de Cristo para obrar un milagro. La fe y la humildad de aquel oficial romano muestran que reconocer la autoridad de Jesús implica creer que Él puede cambiar cualquier situación, sin necesidad de grandes demostraciones de fuerza. La Biblia también enseña que toda autoridad humana, en última instancia, proviene de Dios. Esto nos anima a orar por quienes gobiernan, en lugar de amargarnos por sus decisiones. Confiar en que el Señor está por encima de todo gobierno nos da paz, incluso cuando las circunstancias parecen confusas. Al mirar a Jesús ante Pilato y los soldados romanos, podría parecer que perdió el control. Pero Él mismo deja claro que, si sufría, era por obediencia al Padre, no porque su poder se hubiera desvanecido. Esto nos demuestra que la verdadera autoridad a veces se expresa con mansedumbre y sacrificio. Reconocer la autoridad de Jesús significa rendirle el control de nuestra vida. Tal vez tengamos grandes desafíos o nos sintamos sin fuerzas. Pero recordar que Jesús sigue siendo el Rey de reyes, incluso cuando el mundo dice lo contrario, nos llena de esperanza. Su autoridad es inmutable: está presente en cada una de nuestras batallas y, al mismo tiempo, nos invita a descansar en Su gracia y Su amor.

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