El justo
Dios no se revela completamente de inmediato; Él anhela que lo busquemos con sinceridad. Nuestra limitada razón humana jamás podrá comprenderlo en su totalidad, pues Dios es eterno y trasciende todo pensamiento. Nosotros existimos porque Él es. Como dice Hebreos 10:38 (NBLA): “Mas mi justo vivirá por la fe; y si retrocediere, mi alma no agradará en él.” Vivir por fe implica creer en lo invisible: confiar en promesas que aún no vemos en el plano físico, pero que en el mundo espiritual ya están cumplidas. Hoy exploraremos qué significa ser “el justo” ante Dios y cómo esa justicia nos transforma como individuos y como comunidad. Dios es un misterio que no se revela por completo de inmediato; Él desea que lo busquemos con el corazón abierto y la mente dispuesta, conscientes de que nuestra limitada razón humana jamás podrá abarcar su infinidad. Vivir por fe “certeza de lo que se espera, convicción de lo que no se ve” (Hebreos 11:1) significa creer en promesas espirituales ya cumplidas, aunque aún no se reflejen en lo físico. Como afirma Hebreos 10:38, “Mas mi justo vivirá por la fe; y si retrocediere, mi alma no agradará en él”: la fe firme nos sostiene cuando las circunstancias nos invitan a dudar. El justo no se guía por opiniones pasajeras ni consejos de quienes ignoran la Palabra; en cambio, busca dirección en la Biblia, meditándola día y noche. Cada decisión importante laboral, familiar o personal encuentra su norte en las escrituras, y así nuestra vida se alinea con la voluntad de Dios. De este modo, evitamos los caminos de la maldad y nos mantenemos firmes frente a las corrientes de la cultura que nos rodea. En comunidad, la unidad es vital: un pueblo dividido no progresa, pues sólo la armonía y el perdón construyen puentes de crecimiento y testimonio. Al perdonar y reconciliarnos, manifestamos el amor de Cristo y fortalecemos el cuerpo de creyentes, para avanzar juntos en el propósito de Dios. La imagen del árbol plantado junto a corrientes de agua (Salmos 1:1–3; Jeremías 17:5–8) ilustra la vida del justo: arraigado en Dios, da fruto a su tiempo, sus hojas permanecen verdes aun en medio de la sequía y todo lo que emprende prospera. No importa si el terreno es árido; si Dios es nuestra fuente, siempre tendremos vida y abundancia. Hoy, te invito a examinar tu corazón: ¿dónde buscas consejo? ¿en qué mesas te sientas? ¿estás arraigado en la palabra y en comunión con el Señor? Planta tu vida junto a las aguas vivas de Dios, confía en sus promesas y verás florecer la justicia que sólo Él puede hacer crecer.