Sermon'e

en April 27, 2025 — por .
Este contenido es parte de una serie Celebrando la gracia, in tema El llamado de Dios en nuestras vidas & libros Génesis, Job.

Levante un altar

Cuando el Señor nos llama a seguirle, nos lleva a dejar seguridades humanas para confiar solo en su provisión. En nuestro caminar de fe, Dios nos invita a “levantar un altar”: un lugar donde ofrecer lo mejor de nosotros mismos, donde renovamos nuestra alianza con Él y entregamos nuestras preocupaciones. Cuando Dios susurró a Abraham y Abram “sal de tu tierra” (Génesis 12:5), él recogió sus tiendas, tomó su fe como ofrenda y erigió un altar en medio de lo desconocido, confiando en que cada piedra colocada hablaba de su obediencia inquebrantable. Años más tarde, al huir de Sodoma, la esposa de Lot desobedeció la voz que la invitaba a no mirar atrás, y esa sola mirada la convirtió en sal (Génesis 19:26), recordándonos lo fácil que es quedarnos atrapados en recuerdos y culpas si no levantamos un altar de decisión firme. Y, sin embargo, Job nos enseña la fe que intercede: “Y acontecía que pasados muchos días, volvía Job a ofrecer holocaustos por todos ellos; porque decía Job: ‘Quizá habrán pecado mis hijos…’; de esta manera, ofrecía Job sacrificios por todos ellos” (Job 1:5), mostrando que levantar un altar es, sobre todo, reconstruir nuestra vida y la de quienes amamos a través de la oración continua. Hoy, cada piedra que coloques en tu altar es un acto de fe hacia el futuro: renuncias al pasado que te pesa, obedeces la voz de Dios y clamas por quienes te rodean, sabiendo que solo en su presencia hallamos esperanza y provisión.  

en April 20, 2025 — por .

Jesús, el Cordero Pascual

Cuando Juan el Bautista vio a Jesús acercarse, dijo algo que marcó un antes y un después en la historia de la fe: “He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29). No fue una frase religiosa más, ni una metáfora poética. Juan estaba identificando a Jesús con el Cordero pascual, aquel que cada año era sacrificado por los pecados del pueblo, pero que en realidad apuntaba a una obra mucho más grande. Jesús no solo vino a cargar con nuestros pecados, vino a quitar el pecado del mundo. A quitarlo. A erradicarlo. A hacer algo que ningún sacrificio anterior pudo lograr. Y es que la Pascua, para los israelitas, no era solo una cena conmemorativa. Era un acto de redención, un momento en que la sangre de un cordero los cubría del juicio. En Éxodo 12:23, vemos cómo Dios mismo pasaría hiriendo a los egipcios, pero al ver la sangre en los dinteles de las puertas, pasaría de largo. La sangre era señal de protección, de sustitución. Así, cuando Pablo escribe a los corintios y les dice: “Cristo, nuestra Pascua, ya fue sacrificado por nosotros” (1 Corintios 5:7), nos está recordando que esa sangre que nos cubre hoy, que nos libra del juicio, es la sangre de Jesús. Pero no se trata solo de recordar el sacrificio. Se trata de entender lo que ese sacrificio logró. Todos hemos pecado, dice Romanos 3:23, todos estamos destituidos de la gloria de Dios. Nadie queda fuera de esa condición. Sin embargo, continúa diciendo el texto que somos justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús. Y no fue una justicia barata ni una gracia ligera. Fue costosa. Jesús fue puesto como propiciación por su sangre, por medio de la fe (Romanos 3:25). Él llevó la culpa que era nuestra. Él pagó el precio. Ahora, hay algo que me conmueve profundamente: Jesús no solo murió. Jesús resucitó. Y eso lo cambia todo. Porque si Él se hubiese quedado en la tumba, entonces nuestra fe sería en vano. Pero 1 Corintios 15:20-25 nos muestra a Cristo como las primicias de los que durmieron. El primero en vencer la muerte, abriendo el camino para que tú y yo tengamos esperanza. Porque si Él vive, nosotros también viviremos. Él ha de reinar, hasta poner a todos sus enemigos debajo de sus pies. Y el último enemigo que será destruido es la muerte. Eso nos llena de esperanza. Jesús dijo: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá; y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente” (Juan 11:25-26). Y luego hace una pregunta que resuena hasta hoy: ¿Crees esto? No es solo un asunto teológico. Es personal. ¿Lo creemos de verdad? ¿Vivimos como si esa vida eterna ya nos perteneciera? ¿Como si la muerte ya no tuviera la última palabra? A veces seguimos viviendo como si estuviéramos bajo condenación, como si el pecado aún nos dominara. Pero Gálatas nos recuerda que Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (Gálatas 3:13). Él tomó nuestro lugar, nuestra cruz, nuestro castigo. Y ahora, en Él, somos verdaderamente libres. No para volver a vivir como antes, sino para vivir en el Espíritu, como hijos redimidos, como personas nuevas. Así que hoy, al mirar nuevamente a Jesús como el Cordero Pascual, recordemos que no solo nos salvó del juicio. Nos dio vida. Nos dio identidad. Nos dio un futuro. No se trata de una historia antigua, ni de un símbolo religioso. Se trata de una realidad eterna que transforma cada rincón de nuestra existencia. Jesús es el Cordero. Fue inmolado. Su sangre fue derramada. Pero vive. Y reina. Y pronto volverá. ¿Crees esto?

en April 9, 2025 — por .
Este contenido es parte de una serie Fuertes en la Palabra, in tema El llamado de Dios en nuestras vidas & libro 1 Corintios.

La locura de la predicación

La locura de la predicación”, como nos lo recuerda 1 Corintios 1:1-31, no es una locura cualquiera, sino la aparente locura de un Dios que eligió salvar al mundo no por medio del poder ni de la sabiduría humana, sino por algo tan simple como la predicación de la cruz. Para muchos, esto suena absurdo, débil, sin lógica. Pero es ahí, en esa aparente debilidad, donde se revela la fuerza transformadora de Dios. Mientras el mundo busca razonamientos complejos o señales grandiosas, Dios se manifiesta en lo sencillo, en lo humilde, en lo que no tiene valor a los ojos de los hombres. Esta palabra nos desafía a dejar de confiar en nuestras propias fuerzas o logros, y volver el corazón hacia la cruz, hacia ese mensaje que aunque parezca necio, contiene el poder de Dios para salvar, sanar y dar sentido a nuestra vida. ¿Y tú? ¿te atreves a creer en esta “locura” que transforma?

en April 6, 2025 — por .
Este contenido es parte de una serie Culto de adoración, in temas Cristo me ha dado identidad, Discípulos de Jesús & libros 1 Timoteo, Efesios, Mateo.

Un buen ministro en jesucristo

Ser un ministro de Jesucristo no es un título, es una forma de vivir. Es una responsabilidad, un llamado, y sobre todo, una entrega diaria al servicio del Reino. En estos tiempos en que tantas voces se levantan, necesitamos ministros que no solo hablen bonito, sino que vivan lo que predican. Hoy quiero invitarte a mirar el corazón del verdadero ministro de Jesucristo. Aquel que no busca fama ni aplausos, sino que vive para agradar al Maestro. Vamos a dejar que la Palabra nos hable y nos examine. Pablo le escribe a Timoteo, un joven pastor, y le dice claramente: “Si esto enseñas a los hermanos, serás un buen ministro de Jesucristo”. ¿Pero qué es ese “esto”? Es la sana doctrina, la verdad del evangelio, el cuidado de las almas, la piedad. Pablo le advierte que en los últimos tiempos muchos se apartarán de la fe, escucharán doctrinas de demonios, seguirán a falsos maestros… y ahí es cuando más se necesita a los verdaderos ministros. Ser un buen ministro significa pararse firme en medio de la confusión, y enseñar lo correcto aunque sea impopular. No se trata solo de conocimiento bíblico, sino de vivir una vida piadosa que inspire a otros a seguir a Cristo. Pablo le dice: “Ejercítate para la piedad”, porque el carácter se entrena. No se improvisa. Un buen ministro no solo estudia la Palabra, sino que la vive en casa, en privado, en la lucha diaria. Jesús nos habló del Reino con la parábola de los talentos. Un hombre reparte talentos a sus siervos antes de irse de viaje. A uno le da cinco, a otro dos, a otro uno. El mensaje es claro: a todos se nos ha dado algo. Todos tenemos dones, capacidades, oportunidades. (1 Timoteo 4:1-16) Pero lo que marca la diferencia no es cuánto recibiste, sino qué hiciste con eso. El buen ministro no entierra su talento. Lo pone a trabajar. Multiplica lo que Dios le ha confiado. Sirve con excelencia. Da fruto. ¿Y sabes qué? No trabaja para la gente, trabaja para su Señor. Por eso Jesús dice: “Bien, siervo bueno y fiel… entra en el gozo de tu Señor”. Un mal ministro es aquel que vive con miedo, se esconde, busca excusas. Dice: “Es que yo no sé hablar… es que a mí no me tomaron en cuenta… es que me lastimaron”. Pero el buen ministro se levanta, aun con heridas, y sigue sirviendo, porque sabe que un día dará cuentas a Dios. (Mateo 25:14-30) Pablo, uno de los más grandes ministros de la historia, dice algo que toca el corazón:“A mí, que soy menos que el más pequeño de todos los santos, me fue dada esta gracia de anunciar el evangelio…” Pablo no se engrandece por su ministerio, no se enorgullece por sus logros. Reconoce que todo lo que tiene es por la gracia de Dios. Eso es lo que define al buen ministro: humildad. Un buen ministro no busca reconocimiento, no compite, no se compara. Sirve porque fue alcanzado por el amor de Cristo. Y nunca olvida de dónde lo sacó el Señor. Esa memoria lo mantiene con los pies en la tierra y el corazón en el cielo. (Efesios 3:6-8)

en March 26, 2025 — por .
Este contenido es parte de una serie Especial, Fuertes en la Palabra, in libro Mateo & .

Fuertes en la palabra.

En Mateo 14:17 vemos que los discípulos le dijeron a Jesús: “No tenemos aquí sino cinco panes y dos peces.” Esta historia nos muestra que, aunque los recursos sean escasos, en las manos de Jesús son más que suficientes. Esto nos enseña que en el reino de Dios no se trata de lo que tenemos en nuestras manos, sino de la fe y la disposición para entregarlo todo al Señor. Sin embargo, para entrar en este reino, primero es necesario el arrepentimiento. Jesús mismo comenzó su ministerio predicando: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mateo 4:17). No puede haber un verdadero reino sin un cambio de corazón. Antes de ver el poder de Dios en nuestra vida, primero debemos reconocer nuestra necesidad de Él y rendirnos completamente a Su voluntad. Muchas veces pensamos que el avivamiento es solo cuando el fuego de Dios cae, pero en realidad el avivamiento ocurre cuando ese fuego se expande en cada corazón, en cada familia y en toda la iglesia. Para que esto suceda, la clave es la humildad. Jesús mismo fue el ejemplo perfecto de humildad. A pesar de ser el Hijo de Dios, se despojó de su gloria y venció todas las pruebas siendo obediente hasta la muerte. Si queremos ver un mover poderoso de Dios, primero debemos rendirnos a Él, ser humildes y estar dispuestos a superar cualquier prueba con la confianza de que Dios tiene el control. En Mateo 6, Jesús nos enseña principios fundamentales del reino de Dios. Primero, nos muestra cómo debemos orar: el Padre Nuestro nos enseña a depender completamente de Dios, a buscar Su voluntad antes que la nuestra y a confiar en Él para nuestras necesidades diarias. También habla del ayuno, dejando claro que no es para ser vistos por los hombres, sino para humillarnos delante de Dios y buscar su dirección. Además, Jesús nos advierte sobre la ansiedad y el afán por el futuro. Nos recuerda que Dios cuida de las aves del cielo y de los lirios del campo, y que si confiamos en Él, no debemos preocuparnos porque Él suplirá todas nuestras necesidades (Mateo 6:25-34). Este capítulo nos llama a poner nuestra mirada en lo eterno y no en lo material, ya que donde esté nuestro tesoro, allí estará nuestro corazón (Mateo 6:21). En Mateo 14, vemos varios acontecimientos importantes: la muerte de Juan el Bautista, la alimentación de los cinco mil, Jesús caminando sobre el agua y la sanidad de muchos enfermos. Cada una de estas historias nos enseña algo clave sobre el poder y la autoridad de Jesús. Cuando Pedro intentó caminar sobre el agua, lo logró mientras mantuvo su mirada en Jesús, pero cuando se distrajo con el viento y las olas, comenzó a hundirse. Esto nos muestra que mientras nuestra fe esté puesta en Dios, podremos vencer cualquier obstáculo. Pero si nos enfocamos en las circunstancias, el miedo nos hará caer. También aprendemos que, aunque tengamos poco, si lo ponemos en las manos de Jesús, Él lo multiplicará. No debemos subestimar lo que Dios puede hacer con lo que le entregamos. En muchas ocasiones, nos desesperamos y queremos que todo suceda de inmediato. Sin embargo, Dios tiene tiempos y procesos para cada uno de nosotros. Cuando seguimos la dirección de Dios, aprendemos a esperar y confiar en que Él tiene el control. La paciencia es una señal de fe. Cuando sabemos que Dios está guiando nuestro camino, no necesitamos correr ni angustiarnos. En el momento perfecto, su propósito se cumplirá en nuestra vida. En la iglesia y en nuestra vida cristiana podemos encontrar dos tipos de creyentes: los que enfrentan problemas y los que generan problemas. Los primeros buscan a Dios en medio de las pruebas, confían en Él y buscan soluciones en su presencia. Los segundos, en cambio, critican, murmuran y crean conflictos en lugar de edificar. Cada uno de nosotros debe examinarse y preguntarse: ¿Soy una persona que edifica o que destruye? ¿Soy alguien que enfrenta las pruebas con fe o que se convierte en un obstáculo para los demás? Dios nos llama a ser de bendición y a caminar en unidad con nuestros hermanos. Cuando Goliat apareció, fue el mismo Dios quien lo permitió. David no vio a Goliat como un problema, sino como una oportunidad para manifestar la gloria de Dios. Lo mismo ocurre en nuestra vida: las dificultades no son castigos, sino oportunidades para crecer en fe y ver la mano de Dios en acción. Cuando David enfrentó a Goliat, las piedras que necesitaba ya estaban allí. Dios siempre provee lo necesario para nuestra victoria, solo necesitamos confiar en Él y dar el paso de fe. El reino de Dios está disponible para todos, pero requiere un corazón arrepentido y humilde. El avivamiento no es solo un momento de fuego, sino una expansión del poder de Dios en nuestras vidas y en nuestra comunidad. Debemos recordar que Dios siempre nos ve, incluso cuando el mundo nos rechaza. Su provisión nunca falla, y sus tiempos son perfectos. Cada prueba es una oportunidad para crecer y ver su gloria. Así que no temas los desafíos, ni te preocupes por el futuro. Mantén tu mirada en Jesús, confía en su dirección y permite que Él sea el Rey de tu vida. ¡El Rey de Reyes está contigo!

en March 23, 2025 — por .
Este contenido es parte de una serie Celebrando la gracia, in tema Combatir el aislamiento & libro Juan.

La unidad revelará a Cristo

En la última oración de Jesús antes de su sacrificio en la cruz, encontramos un clamor profundo por la unidad. Jesús ora al Padre, pidiendo que sus discípulos sean uno, tal como Él y el Padre son uno. Esta no es una petición ligera, sino una expresión de la voluntad divina para que el mundo conozca a Cristo a través de la unidad de sus seguidores. La unidad de la iglesia no solo es esencial para el bienestar espiritual de los creyentes, sino también una poderosa herramienta para revelar al mundo el amor y el poder de Dios. Esta unidad, cuando se vive correctamente, se convierte en una luz que atrae a las personas hacia Cristo. Jesús dijo: “La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno” (Juan 17:22). Aquí vemos un principio fundamental: la unidad entre los creyentes es un reflejo directo de la gloria de Dios. La gloria de Dios no solo se ve en milagros o prodigios, sino en la manera en que los cristianos se aman y se cuidan unos a otros, a pesar de sus diferencias. Jesús continúa diciendo: “Para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste” (Juan 17:23). Aquí, Jesús nos revela que la unidad en la iglesia no es solo para nuestro beneficio espiritual, sino para que el mundo conozca a Cristo. La unidad es un testimonio poderoso que habla de la autenticidad del mensaje de Cristo. La unidad no es algo que ocurra por casualidad. Es un esfuerzo continuo que requiere dedicación y trabajo en equipo. Jesús nos muestra en su oración cómo podemos cultivar esta unidad. A continuación, exploramos algunos principios clave para mantener la unidad. La unidad en la iglesia es mucho más que un ideal. Es un testimonio tangible de la gloria de Dios en la tierra. Cuando vivimos en unidad, revelamos a Cristo al mundo, demostramos Su poder y amor, y mostramos que Él ha venido para salvar a todos. Sin embargo, esta unidad requiere esfuerzo, humildad, perdón y dependencia del Espíritu Santo. Como iglesia, somos llamados a ser uno, no solo para nuestro beneficio, sino para que el mundo crea que Cristo es real, que Él vive, y que Él es la respuesta a la humanidad. Hoy, el desafío es claro: ¿Estamos dispuestos a vivir en unidad y revelar a Cristo al mundo? Que podamos ser un reflejo de su gloria y un testimonio vivo de su amor.