Jesús es el Cristo: el camino abierto, el reino recibido
Jesús no fue simplemente un profeta, un maestro sabio o un mártir de la historia; Él es el Cristo, el Ungido de Dios, el Hijo eterno que vino a cumplir todas las promesas del Antiguo Testamento. Su sufrimiento en la cruz, su resurrección, su ascensión y el envío del Espíritu Santo son evidencias de su identidad como el Mesías prometido. Jesús es el Cristo que abre el camino hacia el Padre, transforma nuestro corazón, nos hace parte de su Reino y nos llama a vivir como pueblo santo. No se trata solo de conocer datos sobre Jesús, sino de conocerlo a Él como el Cristo vivo que reina y transforma. I. El Cristo crucificado y glorificado Texto: Mateo 27:30-57 En este pasaje vemos a Jesús siendo burlado, golpeado, crucificado y muriendo. A simple vista, es una escena de derrota, pero en realidad es una proclamación de victoria. La cruz no fue un accidente ni una tragedia: fue el trono en el que el Cristo fue entronizado. En el momento en que el velo del templo se rasga, se abre el camino a una nueva realidad espiritual: Dios ya no habita en un templo hecho por manos humanas, sino que habita en los corazones de los redimidos. Jesús, el Cristo, no solo sufrió… Él reinó desde la cruz. II. El Cristo que envía al Consolador Texto: Juan 16:7 Jesús les dice a sus discípulos que les conviene que Él se vaya. ¿Quién dice algo así si no tiene algo mucho mejor preparado? Él se va, pero no nos deja huérfanos. El Cristo resucitado y glorificado envía al Espíritu Santo para morar en nosotros. Ya no lo vemos con los ojos, pero lo experimentamos con el alma. El Espíritu testifica que Jesús es el Cristo, y nos guía a toda verdad. La presencia del Espíritu en nosotros no es una emoción pasajera: es la evidencia de que el Rey vive en su pueblo. III. El Cristo que abrió un nuevo y vivo camino Texto: Hebreos 10:19-29 Gracias a la sangre de Jesús tenemos plena libertad para entrar al Lugar Santísimo. Este es uno de los frutos más gloriosos de la obra de Cristo. El Cristo no solo perdonó nuestros pecados, sino que restauró nuestra comunión con el Padre. Ya no vivimos con miedo, ni con culpa, ni con cargas religiosas: vivimos en libertad, en una relación de hijos con un Padre amoroso. Por eso, el autor de Hebreos nos llama a mantenernos firmes, a no retroceder, a valorar el sacrificio de Cristo como lo más sagrado. El que rechaza esta gracia está despreciando al mismo Cristo. IV. El Cristo que transforma nuestro deleite Texto: Salmo 37:4 “Deléitate en el Señor, y Él te concederá los deseos de tu corazón.” Esta promesa no significa que Dios es un genio que concede caprichos, sino que cuando Cristo es nuestro deleite, Él mismo transforma nuestros deseos. Ya no anhelamos cosas pasajeras, sino cosas eternas. El que ha visto a Cristo como el tesoro supremo, ya no busca otras fuentes. En Cristo está el gozo completo, la paz que sobrepasa todo entendimiento, y el descanso del alma cansada. V. El Cristo que nos hizo su pueblo Texto: 1 Pedro 2:9 Ya no somos huérfanos, ni ignorados, ni olvidados. Somos linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios. ¿Para qué? Para que anunciemos las virtudes de Aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable. El Cristo no vino solo a rescatarnos del pecado, sino a darnos una nueva identidad. Ya no vivimos por nosotros mismos, sino como embajadores del Reino, representantes del Cristo en la tierra. La salvación no es solo perdón: es un nuevo propósito, una nueva misión. VI. El Cristo que hace nuevas todas las cosas Texto: 2 Corintios 5:17 Si alguno está en Cristo, nueva criatura es. Esta es una de las evidencias más poderosas de que Jesús es el Cristo: Él transforma vidas. No mejora, no maquilla… ¡renueva! Cambia corazones de piedra por corazones sensibles. Cambia adicciones por adoración. Cambia rencores por perdón. Si Jesús fuera solo un líder religioso, no tendría este poder. Pero como es el Cristo, su obra no termina en la cruz: sigue transformando vidas hoy. Aplicación y llamado final: Hoy el Espíritu nos dice: Jesús es el Cristo. No basta con saberlo de oído, necesitamos conocerlo de corazón. Él es el camino al Padre, la respuesta a nuestras preguntas, el Salvador de nuestra alma y el Señor de nuestra vida. No te conformes con una religión que habla de Cristo: vive una relación con Cristo. ¿Lo conoces de verdad? ¿Es tu Rey, tu deleite, tu identidad, tu Salvador?