Queridos hermanos y hermanas en Cristo,
Hoy nos reunimos en la casa del Señor para reflexionar sobre un tema crucial en nuestra vida espiritual: la honra debida. Nuestro versículo guía, encontrado en el libro de Malaquías 1:6, nos presenta un mensaje poderoso que trasciende el tiempo y nos interpela en nuestros días: “El hijo honra al padre, y el siervo a su señor. Si, pues, soy yo padre, ¿Dónde está mi honra? Y si soy señor, ¿Dónde está mi temor? dice Jehová de los ejércitos a vosotros, oh sacerdotes, que menospreciáis mi nombre. Y decís: ¿En qué hemos menospreciado tu nombre?”.
Este pasaje nos lleva a reflexionar sobre nuestra actitud hacia Dios, nuestro Padre Celestial. ¿Le estamos dando la honra y el respeto que Él merece en nuestras vidas? ¿O nos encontramos, como los sacerdotes a quienes se dirige Malaquías, menospreciando Su nombre?
La honra debida no es simplemente un acto de cortesía o protocolo, es un principio fundamental en nuestra relación con Dios. Es reconocer Su soberanía, Su grandeza y Su amor incondicional hacia nosotros. Es ponerlo en primer lugar en nuestros corazones y en nuestras acciones.
¿Cómo podemos honrar a Dios de manera adecuada en nuestras vidas diarias? Primero, reconociendo Su autoridad sobre nosotros. Él es nuestro Creador, nuestro Salvador y nuestro Sustentador. Debemos someternos a Su voluntad y obedecer Sus mandamientos con reverencia y temor santo.
Segundo, debemos adorarle con sinceridad y devoción. Nuestra adoración no debe ser solo palabras vacías o rituales vacíos, sino el reflejo de un corazón humilde y agradecido que reconoce la gracia inmerecida que hemos recibido a través de Cristo Jesús.
Tercero, honramos a Dios cuando vivimos vidas santas y justas. Nuestra conducta debe reflejar los valores del Reino de Dios: amor, misericordia, justicia y humildad. Somos llamados a ser la luz del mundo y la sal de la tierra, mostrando al mundo el carácter transformador de nuestro Señor.
En conclusión, la honra debida a Dios es un llamado a vivir vidas que glorifiquen Su nombre en todo momento y en todas las circunstancias. No menospreciemos Su nombre, sino que lo exaltemos con nuestras vidas, mostrando al mundo Su grandeza y Su amor. Que este mensaje resuene en nuestros corazones y nos impulse a vivir vidas que honren y glorifiquen a nuestro Padre Celestial. Amén.
Que Dios les bendiga abundantemente.