Hermanos, todos nosotros nos enfrentamos a límites: físicos, emocionales, espirituales, financieros. Límites que parecen decirnos: “Hasta aquí puedes llegar y no más”. Pero hay una llave espiritual que abre lo que está cerrado y rompe cadenas que nos atan: la obediencia a Dios.
La obediencia no es solo “cumplir órdenes”; es reconocer que el camino de Dios es más alto y mejor que el nuestro. Y cuando obedecemos, su poder rompe barreras imposibles.
Vivimos en un mundo lleno de límites. Límites físicos, cuando nuestro cuerpo se cansa. Límites emocionales, cuando el miedo y la inseguridad nos detienen. Límites espirituales, cuando sentimos que no avanzamos en nuestra vida con Dios. Y también límites impuestos por las circunstancias, la economía, los problemas o incluso por personas que nos rodean. Pero quiero que hoy entiendas algo: la obediencia a Dios rompe todos esos límites. No hablamos de obediencia como un acto ciego o religioso, sino como una respuesta de fe y confianza en el Señor que abre puertas y nos lleva más allá de lo que nosotros mismos podemos lograr.
La Biblia nos recuerda en 1 Samuel 15:22 que “mejor es obedecer que sacrificar”. Saúl creyó que podía agradar a Dios ofreciendo sacrificios, pero desobedeció Su palabra. ¿Sabes? Muchas veces podemos caer en lo mismo. Pensamos que por dar ofrenda, cantar, servir o asistir a la iglesia, ya estamos bien con Dios, aunque vivamos desobedeciendo su voz. Pero Dios no se impresiona con sacrificios vacíos, Él busca corazones dispuestos a obedecer. Cuando obedecemos, tenemos paz en nuestro interior, porque como dice 1 Juan 3:21: “si nuestro corazón no nos reprende, confianza tenemos en Dios”.
La obediencia siempre comienza en lo pequeño. En Éxodo 3:1-5, Moisés estaba en el desierto pastoreando ovejas, cuando Dios se le apareció en una zarza ardiendo. Antes de hablarle de grandes misiones, de Faraón y de milagros, Dios le pidió algo sencillo: “Quita el calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es”. Moisés tuvo que obedecer ese detalle. Y esa pequeña obediencia abrió paso a una gran misión. Muchas veces queremos ver maravillas, pero Dios primero nos prueba en lo pequeño: en perdonar, en ser fieles, en buscarle en oración, en dejar un hábito que no le agrada. Cuando obedecemos en lo cotidiano, Dios nos confía lo extraordinario.
Pero la desobediencia también tiene consecuencias. Jesús dijo en Lucas 12:47-48 que al que mucho se le da, mucho se le demandará. Y vemos un pasaje extraño en Éxodo 4:24-26, cuando Moisés, en camino a Egipto, casi muere porque no había obedecido en circuncidar a su hijo. Esto nos enseña que el llamado no nos libra de la disciplina de Dios. No basta con tener promesas o dones, necesitamos caminar en obediencia. Si Dios nos pide algo y lo postergamos, tarde o temprano esa desobediencia nos alcanzará.
Ahora, lo glorioso es que cuando obedecemos, los límites se rompen. En Éxodo 3:7-10 Dios le dice a Moisés que ha visto la aflicción de su pueblo y lo va a sacar de Egipto. Israel tenía límites: cuatrocientos años de esclavitud, el mar que bloqueaba el camino, el desierto que parecía imposible de cruzar. Pero cuando obedecieron a Dios, el mar se abrió, el monte tembló y la gloria del Señor descendió sobre ellos (Éxodo 19:15-18). La obediencia rompe límites porque conecta nuestra vida con el poder sobrenatural de Dios.
Miremos ejemplos: Josué obedeció dando vueltas a Jericó, y las murallas cayeron. Pedro obedeció lanzando la red otra vez, y los peces abundaron. Abraham obedeció saliendo de su tierra sin saber a dónde iba, y se convirtió en padre de multitudes. Ellos no vencieron por su fuerza, sino por su obediencia.
Querido hermano, quizá hoy sientes que hay un mar cerrado delante de ti, un límite que no puedes romper: en tu vida espiritual, en tu familia, en tus finanzas o en tus sueños. Pero el Señor te dice: “Obedece mi voz y yo abriré el camino”. La obediencia no es una carga, es la llave de la victoria. No es un peso, es libertad. Porque cuando decimos “sí” al Señor, los cielos se abren, las puertas cerradas se abren, y los límites se rompen.
Así que hoy es tiempo de decidir: ¿viviremos sacrificando sin obedecer, o caminaremos en verdadera obediencia? Dios no busca apariencias, busca hijos obedientes. Y a los obedientes, Él los lleva más allá de lo que imaginan. La obediencia rompe límites.